TÁR: La melodía del poder y la decadencia
Desde su estreno en 2022, Tár, producida por Focus Features, ha resonado como un estudio meticuloso sobre la ambigüedad del genio y el peso de la autoridad. Bajo la dirección de Todd Field, esta película se erige como una de las disecciones más implacables del mundo de la música clásica y la caída de una figura consumida por su propia imagen.
Una sinfonía de poder y vulnerabilidad
La historia sigue a Lydia Tár (Cate Blanchett), una de las directoras de orquesta más aclamadas de su tiempo, en el punto culminante de su carrera mientras se prepara para grabar la Quinta Sinfonía de Mahler con la Filarmónica de Berlín. Pero la maestra de la batuta pronto se ve atrapada en una espiral descendente de acusaciones y consecuencias que ponen en jaque tanto su legado como su propia percepción de la realidad. Field estructura la narrativa con una paciencia quirúrgica, permitiendo que cada elemento en pantalla se convierta en una pieza del rompecabezas psicológico que es Lydia.
La dirección: una sinfonía visual
Field filma Tár con una contención abrumadora, utilizando encuadres amplios que enfatizan la soledad del personaje en espacios vastos y fríos. La cinematografía de Florian Hoffmeister emplea una paleta cromática dominada por tonos grises y azules, reflejando la frialdad del mundo en el que Lydia navega y la inminente disolución de su control. El montaje es deliberadamente pausado, permitiendo que cada escena respire y revele capas de la protagonista a través de sutilezas en su lenguaje corporal y expresiones.
La actuación de Cate Blanchett: un monólogo existencial
Si hay un ancla que sostiene la película, es Cate Blanchett. Su interpretación es de una intensidad inigualable, oscilando entre la frialdad cerebral y la vulnerabilidad cruda. Su Tár es una figura de autoridad absoluta, pero también una mujer atrapada en su propia grandeza, cada vez más incapaz de distinguir la realidad de la ficción que ha construido a su alrededor. El uso de silencios prolongados y miradas calculadas en su interpretación transforma cada interacción en una batalla de poder.
Un guion meticuloso y despiadado
El guion de Todd Field no subestima a su audiencia. No hay explicaciones superfluas ni señalizaciones evidentes sobre lo que debería sentir el espectador. La historia se desenvuelve a través de conversaciones densas y cargadas de tensión, diseccionando con un bisturí afilado temas como el abuso de poder, la cultura de la cancelación y el deterioro de la identidad. Field plantea una cuestión fundamental: ¿puede el arte desligarse de su creador, o está inexorablemente atado a su ética?
La música: un personaje invisible pero omnipresente
La banda sonora de Hildur Guðnadóttir juega un papel crucial en la construcción emocional de la película. La música se convierte en un reflejo del estado mental de Lydia, desde el control absoluto hasta el caos. La insistencia en los sonidos diegéticos y la forma en que el film juega con los silencios contribuyen a la tensión constante, haciendo que la audiencia sienta la presión asfixiante que rodea a la protagonista.
Simbología y referencias cinematográficas
Tár se enriquece con una serie de símbolos que refuerzan su exploración del poder y la identidad. La recurrente presencia de espejos y reflejos subraya la dualidad de Lydia: su público ve a una mujer imponente, mientras que en privado se desmorona ante la incertidumbre. La película también dialoga con el cine de Kubrick en su meticulosa composición de planos y con el cine de Haneke en su frialdad distante y el malestar que provoca en el espectador.
Un final que desafía la interpretación
El desenlace de Tár es tan críptico como devastador. La imagen de Lydia dirigiendo a un grupo inesperado de músicos fuera del mundo de la música clásica sugiere una caída simbólica, pero también una posible redención. Sin embargo, la película no ofrece respuestas fáciles, dejando que el espectador reflexione sobre la naturaleza del castigo y la transformación.
Reflexión final
Tár es un estudio magistral sobre el poder y la fragilidad humana, diseccionado con una precisión quirúrgica por Todd Field y magistralmente encarnado por Cate Blanchett. Es una película que exige ser vista más de una vez, que se reinventa en cada revisión y que invita a un debate incómodo pero necesario.
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