Kill Bill: La venganza servida en dos volúmenes, fría como el acero japonés y caliente como la sangre texana
Estrenada en dos partes –Vol. 1 el 10 de octubre de 2003 y Vol. 2 el 16 de abril de 2004– bajo el paraguas de Miramax y con el logo de “The 4th Film by Quentin Tarantino” grabado a fuego, Kill Bill no es una película: es un acto de amor furioso al cine de explotación, una carta de amor escrita con katana y lápiz rojo.
Tarantino toma una premisa de western femenino que él mismo le robó a Uma Thurman en una servilleta durante el rodaje de Pulp Fiction (“quiero hacer una película donde tú seas una asesina que despierta de un coma y mata a todo el mundo”) y la convierte en su obra más pura, más excesiva y más personal. La Novia (Beatrix Kiddo, pero durante casi cuatro horas solo la conocemos como “Bippp”) despierta tras cuatro años en coma, con una bala en la cabeza y una hija que cree muerta, y emprende una lista de cinco nombres. Punto. No hay subtexto político, no hay ironía posmoderna: solo venganza, estilo y la banda sonora más perfecta jamás montada.
Miramax / A Band Apart
Vol. 1: El ballet de la masacre
El primer volumen es puro éxtasis visual. Es Tarantino desatado, sin freno moral ni narrativo. La pelea en la House of Blue Leaves –72 minutos de metraje, 450 litros de sangre falsa y una coreografía de Yuen Woo-ping– es la secuencia de acción más hermosa y brutal jamás filmada en Occidente. Uma Thurman, con el traje amarillo de Bruce Lee y la espada Hattori Hanzō, corta extremidades al ritmo de “Battle Without Honor or Humanity” como si estuviera bailando tango con la muerte. El blanco y negro del flashback de O-Ren Ishii, el anime de 20 minutos que cuenta su origen (obra maestra absoluta de Production I.G.), el silbido de Morricone cada vez que aparece Elle Driver… todo es excesivo, todo es perfecto.
La cámara se mueve como nunca antes en Tarantino: planos secuencia imposibles, split-screens, siluetas contra la luna, sangre que salpica en chorros arteriales que parecen dibujos animados. Es cine de serie B elevado a arte puro.
Vol. 2: El réquiem
El segundo volumen es el otro lado de la moneda: donde el 1 era adrenalina, el 2 es melancolía. Tarantino baja el ritmo, se pone íntimo y nos da lo que nunca da: emociones reales. El entrenamiento con Pai Mei (Gordon Liu en el papel de su vida), el entierro vivo (la escena más claustrofóbica del cine moderno), el enfrentamiento final en la caravana de Bill… aquí la violencia ya no es espectáculo, es catarsis.
Y luego está David Carradine como Bill: suave, culto, letal, hablando de Superman y de peces dorados con la misma calma con la que luego te dispara cinco balas en forma de estrella. El diálogo final entre Bill y Beatrix –cinco minutos de conversación sobre la maternidad, el amor y la muerte– es una de las escenas más bellas jamás escritas por Tarantino.
La banda sonora que merece su propia película
Nancy Sinatra, Ennio Morricone, Quincy Jones, Zamfir y su flauta de pan rumana, Luis Bacalov, The 5.6.7.8’s… cada tema está puesto como si la música fuera otro personaje. “Bang Bang (My Baby Shot Me Down)” sobre los créditos finales del Vol. 2 es uno de los momentos más devastadores de la historia del cine.
Uma Thurman: la diosa vengadora
Este es el papel de su vida y lo sabe. Se entrenó tres meses con espadas, aprendió chino, se rompió huesos, tuvo un accidente de coche que casi la mata (y que Tarantino incluyó en la película). Es alta, es peligrosa, es maternal, llora con un ojo y mata con el otro. Es la heroína de acción definitiva.
Miramax / A Band Apart
El legado
- Rompió la barrera del cine de artes marciales en Occidente: después de Kill Bill, Hollywood se atrevió a contratar coreógrafos asiáticos y a tomar en serio las peleas.
- Convirtió a Uma Thurman en icono eterno: el traje amarillo es más reconocible que muchos superhéroes.
- Demostró que se podía hacer una película de 4 horas dividida en dos y que la gente pagara dos veces por verla.
- Y, sobre todo, confirmó que Tarantino no hace películas: hace óperas de sangre con subtítulos en japonés.
Veinte años después, Kill Bill no ha envejecido un solo día. Sigue siendo la venganza más elegante, más divertida y más desgarradora que el cine nos ha regalado. Es el momento en que Tarantino dejó de ser un director prometedor y se convirtió en mito vivo.
En Cine Reproche lo tenemos claro: si el cine es religión, Kill Bill es su evangelio según San Quentin. Y Uma Thurman, con su espada y su lista, es la santa patrona de todas las mujeres que algún día quisieron despertar de un coma y ajustar cuentas.
Wiggle your big toe. Y luego ve a verla otra vez.
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