La figura de los Darkseekers en Soy Leyenda es mucho más que una horda de monstruos sin conciencia; representan una evolución de la humanidad en su versión más extrema. Mientras Neville los percibe como el enemigo, la película deja entrever que ellos no solo han sobrevivido, sino que han construido un nuevo orden dentro del caos. Su organización social, encabezada por un macho alfa, desafiaba la idea tradicional del infectado como un ser carente de raciocinio. En lugar de ser meros depredadores impulsados ​​por el hambre, los Darkseekers muestran estrategias de caza, comunicación no verbal y una capacidad adaptativa que sugiere una forma rudimentaria de civilización. Esta estructura sugiere que la inteligencia no ha sido erradicada, sino reconfigurada bajo otras reglas biológicas y sociales.

Más interesante aún es la relación de los Darkseekers con la luz. Su vulnerabilidad a la radiación ultravioleta no solo es un recurso narrativo para delimitar los espacios de poder en la historia, sino que también actúa como una metáfora sobre la transformación irreversible de la humanidad. La luz, símbolo de la verdad y la razón en la tradición occidental, es letal para estos seres, lo que los convierte en habitantes de la sombra en un sentido casi filosófico. En su mundo, la oscuridad es sinónimo de seguridad, y la luz representa la amenaza. Desde esta perspectiva, Neville no es el redentor de la humanidad, sino el forastero que perturba un nuevo equilibrio. Su insistencia en buscar una cura se vuelve paradójica: ¿es realmente una salvación si significa la erradicación de una especie que ha encontrado su propio orden?

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El terror que los Darkseekers infunden en Neville no proviene solo de su agresividad, sino de lo que implican para su propia identidad. Si estos seres pueden sentir dolor, organizarse y protegerse mutuamente, ¿qué los separa realmente de lo que alguna vez fue la humanidad? La película deja pistas sobre su capacidad de apego y venganza, especialmente cuando el alfa responde con furia al secuestro de su compañera. Este gesto revela un vínculo afectivo que Neville se niega a aceptar, pues admitirlo significaría reconocer que él ya no es el protagonista de la historia de la evolución. En esta inversión de roles, Neville se convierte en el monstruo de su propio mito, un vestigio de una era extinta que se aferra a una idea obsoleta de lo que significa ser humano.