El desconcierto de lo humano: Crítica a La Angosta de Yorgos Lanthimos
Pocos directores contemporáneos tienen la capacidad de diseccionar las contradicciones humanas como Yorgos Lanthimos. En La Angosta, el director griego no solo retuerce los hilos de lo absurdo, sino que nos sitúa ante un espejo distorsionado que desafía cualquier confort narrativo convencional. Este filme, una alegoría existencial, propone un análisis provocativo de las relaciones humanas y las normas sociales, generando debate tanto en festivales como en el circuito del cine independiente.
El genio de Lanthimos yace en la construcción de su atmósfera inquietante. La película recurre a un lenguaje visual crudo y aséptico, jugando con colores apagados y simetrías que evocan la alienación de sus personajes. La cinematografía, obra de Thimios Bakatakis, es meticulosamente controlada, entregándonos encuadres que funcionan como metáforas visuales de opresión y aislamiento. No es solo una película sobre soledad; es una exploración de los límites del libre albedrío bajo estructuras autoritarias y normas sociales extremas.
Un aspecto que destaca en La Angosta es el trabajo actoral. Colin Farrell entrega una actuación contenida y absolutamente transformadora, su personaje encarnando una lucha interna que lo hace desesperadamente humano. Rachel Weisz, por su parte, equilibra esa intensidad con una vulnerabilidad desgarradora. Lanthimos dirige a sus actores hacia una interpretación casi mecánica, lo que intensifica la incomodidad del espectador, al mismo tiempo que nos invita a cuestionar qué tan "natural" es nuestro propio comportamiento cotidiano.
Desde un punto de vista filosófico, La Angosta resuena profundamente. A lo largo de sus dos horas, el guion se sumerge en preguntas clásicas de la ética: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar por encajar en una sociedad que valoriza ciertas normas? Lanthimos nos confronta con dilemas que recuerdan a la angustia existencial de Kierkegaard y al utilitarismo de Bentham, todo esto envuelto en una capa de humor negro y sardónico.
La comparación de La Angosta con otros trabajos de Lanthimos, como The Killing of a Sacred Deer, es inevitable. Mientras que esta última aborda el terror psicológico bajo una óptica casi mitológica, La Angosta se mantiene más enraizada en la sátira social, aunque ambas comparten una crítica feroz a la arbitrariedad de las normas humanas. Paralelamente, podríamos enlazar la obra con filmes distópicos como Her de Spike Jonze o Gattaca de Andrew Niccol, que también exploran las consecuencias de la individualidad dentro de sistemas sociales autoritarios.
En términos de recepción, La Angosta ha sido bien recibida, pero no sin divisiones. Según estadísticas de Rotten Tomatoes, la película cuenta con una calificación promedio del 88 %, lo que refleja una gran aceptación crítica, aunque algunas audiencias han criticado su ritmo lento y su narrativa exigente. Estas polarizaciones hablan de la capacidad del cine de Lanthimos para generar discusiones, alejándose de cualquier complacencia estética.
La Angosta no es solo un relato para ver, sino para procesar y debatir. Al final, nos deja con más preguntas que respuestas, una estrategia deliberada que se siente más como un desafío que como una falta. En este contexto, Lanthimos fuerza al espectador a reconsiderar sus propias ideas de amor, compromiso y la absurda lucha de los humanos por llenar los vacíos existenciales.
¿Qué significa, entonces, pertenecer en una sociedad que exige obediencia a cambio de aceptación? Tal vez no hay respuestas fáciles, pero en su complejidad, La Angosta nos recuerda que las mejores historias no son las que concluyen, sino las que incomodan.



